Es prácticamente un hecho que Alberto Fernández iniciará el
10 de diciembre el quinto período de gobierno del peronismo en nuestro país,
tras los de 1946/55, 1973/76, 1989/99 y 2003/15. E, intentando dilucidar qué es
lo que nos puede deparar la nueva administración peronista, uno puede
identificar una importante coincidencia económica entre el mandato que se
iniciará en diciembre y aquél que inició Carlos Menem en 1989. Todo indicaría
que, al igual que el riojano, Fernández no se va a ver beneficiado por un
comportamiento particularmente favorable de los términos del intercambio de
nuestro país.
Pareciera que las condiciones van a ser completamente
distintas a las del resto de los gobiernos peronistas, en los cuales la evolución
de la relación entre los precios de las exportaciones y las importaciones
argentinas hizo posible llevar adelante políticas económicas fuertemente
expansivas sin chocar en forma inmediata contra la restricción externa. Los
primeros dos gobiernos de Juan Domingo Perón, por ejemplo, se iniciaron en 1946
con un salto en los términos del intercambio superior al 50% respecto al año
anterior y los mismos continuaron subiendo hasta alcanzar el máximo de todo el
siglo en 1948. Nuevamente, al llegar, primero, Héctor Cámpora y, más tarde,
Perón, a la presidencia en 1973, se registró un nuevo salto en los términos del
intercambio, en este caso del 25%. La bonanza en esta oportunidad fue más breve
y terminó desembocando dos años después en el Rodrigazo, ya con María Estela
Martínez de Perón en la presidencia tras la muerte del caudillo. Es más
conocido cómo los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner
se beneficiaron con términos del intercambio favorables, con la peculiaridad de
que la suba que comenzó a registrarse meses antes de las elecciones de 2003
continuó casi ininterrumpidamente hasta el punto máximo alcanzado en 2012. Por
el contrario, Menem asumió con términos del intercambio históricamente bajos que
recién empezaron a subir tímidamente en su cuarto año de gestión.
Por lo tanto, Fernández deberá buscar las pistas para el
éxito más en la gestión económica de este último que en las experiencias de su
compañera de fórmula o del líder histórico de su partido. De darse, de acuerdo
a lo esperado, una evolución de los términos del intercambio similar o peor a
la registrada en la década del ´90, no podrá impulsar el crecimiento
promoviendo un aumento de los salarios reales y una expansión del gasto público
como lo hicieron aquellos. Las posibilidades de crecimiento de la Argentina
durante su mandato van a quedar sujetas a su capacidad para dinamizar la
inversión privada y las exportaciones y, por lo tanto, deberá llevar adelante
políticas económicas que logren restablecer la confianza de los inversores
locales e internacionales, como aquellas que permitan alcanzar la solvencia
fiscal, asegurar un adecuado funcionamiento de los mercados y estabilizar los
precios.
Si, a pesar de las restricciones que existen, por convicción
o para hacer frente a las presiones de los socios de su coalición, el próximo
presidente busca caminos alternativos hacia el crecimiento lo más probable es
que se termine de completar esta nueva “década perdida” que se inició en 2012
durante la última gestión peronista.
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